La utopía del cambio en el Perú


Era la década de los setenta y a mis pocos años sentía ya una idea de cambio en el país. Pasé de usar terno y corbata en el colegio y me impusieron un traje caqui militar, que significaba la búsqueda de igualdad social entre todos los escolares. La “gran revolución” estaba en marcha. Reformas en la propiedad, en el agro, la prensa y educación, fueron algunos de los profundos cambios que el gobierno propugnaba. Luego de grandes tensiones sociales la utopía del cambio murió con su fundador y la respuesta del sistema vino con el discurso democratizador y de gobernabilidad.

En los ochenta, un joven Presidente nos deleitó con su palabra. Alan García es seguro uno de los mejores oradores que ha tenido el país. Algunos dicen que su palabra nos llevó a los mayores niveles de esperanza que pudo alguien hacer sentir a los peruanos. Nunca puedo olvidar, como mi ímpetu juvenil saltó al ver un presidente, hablándonos que no deberíamos pagar la nociva deuda internacional y que se estatizaría la banca para beneficio de todos los peruanos.

Alan García nos hizo sentir bien y nos destrozó la economía familiar. Allí fui muy consciente que las subidas rápidas de expectativas, pueden traer profundas frustraciones. El país quebró y mis esperanzas de cambio también.

Pero allí dimos una respuesta pragmática. Un peruano-japonés, con poco discurso, nos dijo que el Perú sería transformado por la tecnología y el progreso. Que los partidos políticos no sirven. Que era necesario el shock. Y aquella noche escuchando a Hurtado Miller, me llené de angustia. Venía algo terrible pero necesario. “Que Dios nos ayude” dijo el ministro, mientras mi madre no entendía lo que pasaba. Al día siguiente todos dejamos de ganar lo que teníamos, pero realmente fue necesario. Y la culpa la tuvo el cambio.

El mundo fue transformándose y las ideologías políticas envejeciendo hasta caerse con sus muros en Berlín. La economía primó sobre la política y le fue dejando cada vez menos espacio, pero con ello el incremento de las diferencias sociales se hicieron más trágicas.

Nuestros Presidentes se volvieron meros administradores, perdimos los estadistas. Nunca supieron cómo enfrentar el gran problema de la redistribución y modernización del Estado.  Puntos neurálgicos para cambiar el país. Hoy enfrentamos además, el tema trunco de la descentralización, que más trae practicas negativas que desarrollo.

Por último la corrupción se volvió parte del sistema. Si quieres echar a andar algo, tiene que tener dicho componente. Ser honesto es ser ineficiente para el Estado. Y por supuesto tenemos hoy un Presidente que llegó, convenciendo a la mayoría de un “gran cambio”, que a estas alturas creo que quedará nuevamente en el discurso.

El gran cambio que ofrece Ollanta no presenta pies ni cabeza, por lo menos lo que hasta ahora muestra. Está a punto de ser un administrador más, con menos eficiencia para conducir las provincias. La última encuesta lo dice y los zorros de arriba y de abajo también. Es necesario decirlo: El Perú no necesita un cambio sino una gran transformación.
Por un Perú digno, justo y solidario
Jorge Márquez Chahú


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